El cuento de la criada: una distopía que alerta, conmueve y se vuelve indispensable

“Supongo que todos los niños piensan lo mismo de cualquier historia anterior a su época. Si solo es un cuento, parece menos espantoso”

Margaret Atwood

Un clásico de la ficción distópica, así está catalogado este libro de una de las escritoras estadounidenses -con vida- más famosa. Su universo distópico se adaptó a una serie, que derivó en éxito total, y también sirvió para ampliar los detalles que el libro deja para que sus lectores se imaginen.

Margaret tuvo la brillante idea de escribir una historia que se presenta como un cuento, pero que en realidad se trata del testimonio de una mujer que espera que algún día alguien la lea en libertad, y sepa lo que realmente pasa en Gilead.

En la república de Gilead, antiguamente Estados Unidos, las mujeres solo tienen una alternativa: concebir hijos. Si se niegan, son colgadas del Muro o condenadas a una muerte lenta por radiación, como al resto de los disidentes.

Los roles en esta sociedad controlada y administrada por hombres, pero irónicamente sostenida por mujeres, se basan justamente en lo que ellas puedan hacer.

Si están casadas con los líderes del gobierno pero no pueden tener hijos son “esposas”. Sin embargo, si pueden tener hijos son las “criadas” asignadas a las familias de altos funcionarios para luego ir rotando y continuar cumpliendo su labor.

Si son las que educan y adoctrinan a las criadas son las “tías”. Si ya son muy mayores para tener hijos, actúan como empleadas domésticas de las casas de los altos funcionarios y son llamadas “marthas”.

Finalmente, si son esposas pero pobres, se tratan de las “econoesposas”. Cada una de ellas tiene un color específico que las distingue a simple vista en la calle. Y el de nuestra protagonista, Defred, es rojo al ser una criada.

Me interpeló muchísimo la forma en la que plasma en una historia ficticia una lección tan subersiva sobre la memoria colectiva, para no caer en errores que llevan a extremos tan peligrosos en la humanidad. Así como también una reflexión exquisitamente detallada sobre lo que nos hace humanos. Sentir, pensar, aun cuando las acciones estén controladas y no se pueda ser dueño de nada, ni de la propia palabra escrita.

Defred justamente se rebela escribiendo su historia, con la esperanza de que sirva para salir de la ignorancia de no saber, de no recordar cómo es vivir en un mundo que sí te permite elegir. Que no encierra al ser humano en una jaula.

La narración en primera persona que realiza Defred nos describe la lucha interna en su mente para no dejarse vencer por la repetición constante de una rutina impuesta, sino apelar a su memoria para sentirse viva y recordar que eso no es la normalidad, no debería serlo.

“Me hace daño contarlo una y otra vez. Al contarte algo, al menos estoy creyendo en ti, creyendo en tu existencia. Porque al contarte esta historia logro que existas. Yo cuento, luego tu existes”.

Una lectura imprescindible que me hizo respetar -y amar- aun más al género de la ciencia ficción, del cual se desprende la distopía.

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