A un hombre de pocas palabras que realiza todos los días lo mismo y a la misma ahora, que nunca llega tarde y que es conocido de manera popular como uno de los hombres más predecibles; cuesta imaginarlo saliendo de la noche a la mañana de su casa para recorrer el mundo. Pero eso es exactamente lo que sucede con Phileas Fogg.
A raíz de una apuesta, Phileas se embarca con su recién contratado mayordomo francés, Passepartout, a cumplir su promesa de tardar no más de 80 días en regresar a Londres pasando por París, Bombay, Calcuta, Hong Kong, Shangái o San Francisco, por mencionar algunas ciudades. Los medios de transportes utilizados en ese entonces eran barcos, ferrocarriles y paquebotes (una embarcación que llevaba la correspondencia y generalmente también pasajeros de un puerto a otro); elementos esenciales para adentrarse en la manera en que se viajaba en ese entonces.
Lo que nuestro pintoresco señor Fogg no tuvo en cuenta es que su viaje causaría tanta conmoción, que hasta se vería metido en una investigación policial (encabezada por un tal agente Fix) que lo llenaría de contratiempos. Sin notarlo, uno rápidamente se encuentra atrapado en una carrera contra el tiempo en la que se enamora de la contradictoria dupla viajera, anhelando saber si lograrán o no su cometido.
Julio Verne es considerado junto a H.G Wells (autor de La máquina del tiempo, El hombre invisible, La guerra de los mundos) como el “padre de la ciencia ficción”. Tuvo una fascinación con la ciencia y desde niño coleccionó artículos científicos, una obsesión que al igual que los viajes, le duraría toda su vida. De hecho, La vuelta al mundo en 80 días es parte de su colección Viajes extraordinarios, una serie que se prolongaría durante 40 años y que inició con Cinco semanas en globo.
“Comprendí que de ninguna manera es inútil viajar, si un hombre quiere ver algo nuevo”
Julio Verne