Debo confesar que este es mi libro favorito de Ray Bradbury. De hecho, él es uno de mis escritores favoritos. Este libro tiene el encanto palpable de la ciencia ficción: describir profundamente los misterios del alma humana. Porque la ciencia ficción, bajo sus posibles escenarios futuros que algunos demeritan, en realidad nos plantea una pregunta vital: ¿qué tanto estamos dispuestos a escarbar en nosotros mismos?
El libro, como su nombre lo anticipa, se encuentra ordenado en crónicas-capítulos que relatan cómo se da la colonización de Marte por parte de los habitantes de la Tierra, y esto a su vez, a lo largo de los años, mientras viajan en distintas oleadas al planeta rojo para asentarse.
Sus capítulos son más bien como cuentos, en los cuales la mayoría de los personajes cambian y las historias inician y concluyen en cada una. Tienen independencia unas de otras, aunque sí correlación en el contexto común de la colonización.
Aunque parezcan breves, sobre todo al ser un libro mediano de sólo 275 páginas, los temas tratados le quedan a uno rondando mucho tiempo. Hay capítulos que incluso se sienten como un golpe directo que sacude del estupor. Algunos temas son: el miedo a lo desconocido que anula a la empatía, el racismo, el poco valor al medio ambiente, la falta de respeto a la cultura autóctona de un lugar, el conformismo, etc.
Sus historias me rondaron la cabeza desde el inicio de la cuarentena. Volví a recordarlas. Lo que me hicieron sentir. Lo que me hicieron reflexionar. De la gracia de decir tanto y tan profundo en tan poco. De la acertada lectura para estos tiempos donde más que nunca necesitamos empatía con el otro y resiliencia para no sucumbir ante la incertidumbre.
Ray Bradbury (1920-2012)
Si no leyeron nada de él o no lo conocían, mi admiración se la lleva por ser un testimonio fehaciente del poder transformacional de los libros. No pudo acceder a la universidad debido a motivos económicos, sin embargo, se volvió escritor gracias a volverse un ávido lector en su juventud y a su educación autodidacta: durante una déacada fue tres veces a la semana a la biblioteca pública. Él siempre decía que se graduó a los 28 años. Falleció en el 2012, siendo guionista (de cine y tevé), columnista, y dramaturgo, además de escritor, y a él se le atribuye ser el responsable de llevar la ciencia ficción moderna a la cultura popular.